El fuego que no se extingue
El fuego que no se extingue
“Y el fuego encendido sobre el altar no se apagará, sino que el sacerdote pondrá leña en él cada mañana, y acomodará el holocausto sobre él, y quemará sobre él las grosuras de los sacrificios de paz. El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará.” Levítico 6:12-13
Cada creyente tiene dentro de sí un fuego encendido por Dios. Es Su Espíritu Santo quien nos llena, nos fortalece y nos impulsa a vivir conforme a Su propósito. Sin embargo, como cualquier fuego, este puede menguar si no lo alimentamos constantemente.
Desde el principio, Dios estableció que Su fuego debía permanecer encendido en el altar del tabernáculo. No era un fuego común, sino uno encendido por Él mismo (Levítico 9:24).
Este fuego representaba Su presencia, Su poder y Su pacto con Su pueblo.
Hoy, el altar de Dios no está en un tabernáculo físico, sino en nuestros corazones. Como hijos de Dios, somos llamados a mantener ardiendo el fuego del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Así como los sacerdotes añadían leña al altar cada día, nosotros debemos alimentar nuestra relación con Dios diariamente a través de la oración y la lectura de Su Palabra. No podemos depender solo de experiencias pasadas; necesitamos un encuentro fresco con Dios cada día.
Para pensar.
¡Procura siempre, que el fuego de Dios arda en tu corazón sin apagarse!
“Y el fuego encendido sobre el altar no se apagará, sino que el sacerdote pondrá leña en él cada mañana, y acomodará el holocausto sobre él, y quemará sobre él las grosuras de los sacrificios de paz. El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará.” Levítico 6:12-13
Cada creyente tiene dentro de sí un fuego encendido por Dios. Es Su Espíritu Santo quien nos llena, nos fortalece y nos impulsa a vivir conforme a Su propósito. Sin embargo, como cualquier fuego, este puede menguar si no lo alimentamos constantemente.
Desde el principio, Dios estableció que Su fuego debía permanecer encendido en el altar del tabernáculo. No era un fuego común, sino uno encendido por Él mismo (Levítico 9:24).
Este fuego representaba Su presencia, Su poder y Su pacto con Su pueblo.
Hoy, el altar de Dios no está en un tabernáculo físico, sino en nuestros corazones. Como hijos de Dios, somos llamados a mantener ardiendo el fuego del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Así como los sacerdotes añadían leña al altar cada día, nosotros debemos alimentar nuestra relación con Dios diariamente a través de la oración y la lectura de Su Palabra. No podemos depender solo de experiencias pasadas; necesitamos un encuentro fresco con Dios cada día.
Para pensar.
¡Procura siempre, que el fuego de Dios arda en tu corazón sin apagarse!
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