Encender un fuego
Encender un fuego
»Si alguien enciende un fuego en propiedad ajena, y el fuego destruye todo el trigo y el campo, el que prendió el fuego deberá pagarle al dueño todos los daños causados. Éxodo 22:6
Este versículo destaca la importancia de la responsabilidad individual, la justicia y el respeto por la propiedad ajena, subrayando que los daños causados por la imprudencia o la acción negligente deben ser reparado
El versículo va más allá de la acción maliciosa y llama a la responsabilidad por las acciones descuidadas que resultan en daño a otros.
Restitución justa:
Se ordena una restitución completa por los daños causados, lo que puede incluir el pago con "lo mejor" del propio campo o viña del infractor, un castigo justo y suficiente para disuadir la negligencia.
Esta ley forma parte de un conjunto de edictos destinados a mantener la armonía y la justicia dentro de la sociedad israelita, estableciendo un marco de reglas para las interacciones diarias.
¿Pero qué pago puede dar el que esparce el fuego del error o las brasas de la concupiscencia, y coloca a las almas de los hombres sobre llamas del fuego del Infierno?
Ese daño no se puede calcular y su resultado es irreparable. Aunque tal ofensor sea perdonado, qué dolor experimentará al echar una mirada retrospectiva y ver que no puede anular el mal que hizo.
Un mal ejemplo es capaz de encender una llama que años de carácter enmendado no pueden apagar. Quemar el alimento del hombre es un gran mal, ¡pero ¡cuánto peor es destruir su alma! Nos puede resultar útil averiguar hasta dónde hemos sido culpables de esto en el pasado, e inquirir para ver si, aun en el presente, no hay algún mal en nosotros que tienda a dañar las almas de nuestros familiares, amigos o vecinos.
El fuego de la contienda es un mal terrible cuando se enciende en una iglesia cristiana. Allí donde los conversos se multiplican y se glorifica a Dios, los celos y la envidia hacen su obra más perniciosa.
Donde se almacena el dorado grano para recompensar las fatigas del gran Booz, el fuego de la enemistad se introduce y no deja otra cosa que humo y negrura.
¡Ay de aquellos por quienes viene el tropiezo! (cf. Mt. 18:7 »¡Qué aflicción le espera al mundo, porque tienta a la gente a pecar! Las tentaciones son inevitables, ¡pero qué aflicción le espera al que provoca la tentación!
Ojalá dicho tropiezo nunca venga por causa nuestra; ya que, aunque no podamos pagar el daño, seremos, sin duda, las víctimas principales, si hemos sido los principales ofensores. Aquellos que alimentan el fuego merecen una justa censura; pero es más culpable el que lo encendió.
La discordia, por lo regular, hace presa primero en las espinas —es decir, se propaga entre los hipócritas y los malos creyentes dentro de la iglesia— y, después, se difunde entre los rectos, arrastrada por los vientos del Infierno, sin que nadie sepa dónde termina.
¡Oh tú, Señor y Dador de la paz, haznos pacificadores y nunca permitas que ayudemos o alentemos a los hombres pendencieros o causemos siquiera, inintencionadamente, ¡división entre tu pueblo!
Para pensar.
Debemos cuidar de nuestra manera de actuar.
»Si alguien enciende un fuego en propiedad ajena, y el fuego destruye todo el trigo y el campo, el que prendió el fuego deberá pagarle al dueño todos los daños causados. Éxodo 22:6
Este versículo destaca la importancia de la responsabilidad individual, la justicia y el respeto por la propiedad ajena, subrayando que los daños causados por la imprudencia o la acción negligente deben ser reparado
El versículo va más allá de la acción maliciosa y llama a la responsabilidad por las acciones descuidadas que resultan en daño a otros.
Restitución justa:
Se ordena una restitución completa por los daños causados, lo que puede incluir el pago con "lo mejor" del propio campo o viña del infractor, un castigo justo y suficiente para disuadir la negligencia.
Esta ley forma parte de un conjunto de edictos destinados a mantener la armonía y la justicia dentro de la sociedad israelita, estableciendo un marco de reglas para las interacciones diarias.
¿Pero qué pago puede dar el que esparce el fuego del error o las brasas de la concupiscencia, y coloca a las almas de los hombres sobre llamas del fuego del Infierno?
Ese daño no se puede calcular y su resultado es irreparable. Aunque tal ofensor sea perdonado, qué dolor experimentará al echar una mirada retrospectiva y ver que no puede anular el mal que hizo.
Un mal ejemplo es capaz de encender una llama que años de carácter enmendado no pueden apagar. Quemar el alimento del hombre es un gran mal, ¡pero ¡cuánto peor es destruir su alma! Nos puede resultar útil averiguar hasta dónde hemos sido culpables de esto en el pasado, e inquirir para ver si, aun en el presente, no hay algún mal en nosotros que tienda a dañar las almas de nuestros familiares, amigos o vecinos.
El fuego de la contienda es un mal terrible cuando se enciende en una iglesia cristiana. Allí donde los conversos se multiplican y se glorifica a Dios, los celos y la envidia hacen su obra más perniciosa.
Donde se almacena el dorado grano para recompensar las fatigas del gran Booz, el fuego de la enemistad se introduce y no deja otra cosa que humo y negrura.
¡Ay de aquellos por quienes viene el tropiezo! (cf. Mt. 18:7 »¡Qué aflicción le espera al mundo, porque tienta a la gente a pecar! Las tentaciones son inevitables, ¡pero qué aflicción le espera al que provoca la tentación!
Ojalá dicho tropiezo nunca venga por causa nuestra; ya que, aunque no podamos pagar el daño, seremos, sin duda, las víctimas principales, si hemos sido los principales ofensores. Aquellos que alimentan el fuego merecen una justa censura; pero es más culpable el que lo encendió.
La discordia, por lo regular, hace presa primero en las espinas —es decir, se propaga entre los hipócritas y los malos creyentes dentro de la iglesia— y, después, se difunde entre los rectos, arrastrada por los vientos del Infierno, sin que nadie sepa dónde termina.
¡Oh tú, Señor y Dador de la paz, haznos pacificadores y nunca permitas que ayudemos o alentemos a los hombres pendencieros o causemos siquiera, inintencionadamente, ¡división entre tu pueblo!
Para pensar.
Debemos cuidar de nuestra manera de actuar.
No Comments