Tiempo de adoración
Tiempo de adoración
Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios. MATEO 14:29–33
Veamos esta historia más de cerca. Pedro creyó y dio el paso, y luego la duda llenó su mente, y comenzó a hundirse. Su mente racional le recordó que la gente no puede caminar sobre el agua. Tan pronto su mente se apartó de lo espiritual y de lo sobrenatural, fracasó.
Jesús ya había dicho: “¡Tened ánimo […] no temáis!” (v. 27). Esas pocas palabras tenían el propósito de darles a los discípulos la certeza tanto de la presencia como del poder de Jesús para cuidar de ellos. Sin embargo, solamente un hombre respondió; uno de doce.
Pedro dio el paso y comenzó a caminar hacia el Maestro y entonces flaqueó. Se enfocó en la tormenta en lugar de en la presencia de Jesús quien estaba solamente a unos pasos de distancia de él. Tan pronto desvió su atención, la duda y la incredulidad se abalanzaron sobre él.
Con frecuencia me he preguntado si sus pies se hundieron lentamente en el agua o si se hundió de inmediato. El relato bíblico no nos da esa información, pero sí nos habla de la respuesta de Jesús. Se asió de Pedro y lo salvó de las olas, el viento y la tormenta.
Pero incluso ese no es el final de la historia. Después de que Jesús y Pedro regresaron a la barca sucedió otro milagro: la tormenta cesó. Es fácil espiritualizar este incidente y señalar que siempre que Jesús está con nosotros, las tormentas de la vida cesan y la paz llena nuestro corazón. Eso es cierto, pero esta era una tormenta verdadera, no una tormenta figurada o espiritual, y los vientos se detuvieron en ese instante.
Mateo se esfuerza por decirnos lo que sucedió después de la tormenta. Durante la tormenta, Pedro ejerció la fe. Creyó y lo probó. Los demás observaron y escucharon, pero no hubo respuesta de su parte.
Creo que todavía estaban tan espantados que ni siquiera se movieron. Escucharon la voz de Jesús diciéndoles que no temieran, pero aun así no hicieron nada. Nadie se movió ni habló una sola palabra.
El versículo 33 dice que después de la tormenta, los otros discípulos se arrodillaron y adoraron a Jesús. ¡Yo ciertamente esperaría que eso sucediera!
Miren los milagros de los que fueron testigos. Vino la tormenta, los vientos soplaban y Jesús vino a ellos, caminando sobre el agua. Trató de calmar sus temores por medio de decirles: “No teman”, pero no estaban listos para escucharlo. Solamente después de que Pedro exhibió su fe y Jesús calmó la tormenta fue que pudieron decir: “¡Verdaderamente eres Hijo de Dios!”. Me agrada que finalmente pudieran decir esas palabras. Muestra que el mensaje les llegó. ¿Pero por qué se tardó tanto? ¿Cuántas pruebas necesitaban antes de estar listos para adorar?
¿Cuántas pruebas necesita usted del amor de Jesús y su presencia en su vida?
Oremos
Señor Jesús, algunas veces soy como los discípulos que requieren todo tipo de pruebas antes de creer en ti. ¿Cuántos milagros necesito ver antes de poder llamarte Hijo de Dios? Ayúdame a ser más como Pedro, para estar listo y dispuesto para caminar contigo en todas y cada una de las tormentas de la vida. Gracias por amarme y alentarme a seguirte en fe. Amén.
Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios. MATEO 14:29–33
Veamos esta historia más de cerca. Pedro creyó y dio el paso, y luego la duda llenó su mente, y comenzó a hundirse. Su mente racional le recordó que la gente no puede caminar sobre el agua. Tan pronto su mente se apartó de lo espiritual y de lo sobrenatural, fracasó.
Jesús ya había dicho: “¡Tened ánimo […] no temáis!” (v. 27). Esas pocas palabras tenían el propósito de darles a los discípulos la certeza tanto de la presencia como del poder de Jesús para cuidar de ellos. Sin embargo, solamente un hombre respondió; uno de doce.
Pedro dio el paso y comenzó a caminar hacia el Maestro y entonces flaqueó. Se enfocó en la tormenta en lugar de en la presencia de Jesús quien estaba solamente a unos pasos de distancia de él. Tan pronto desvió su atención, la duda y la incredulidad se abalanzaron sobre él.
Con frecuencia me he preguntado si sus pies se hundieron lentamente en el agua o si se hundió de inmediato. El relato bíblico no nos da esa información, pero sí nos habla de la respuesta de Jesús. Se asió de Pedro y lo salvó de las olas, el viento y la tormenta.
Pero incluso ese no es el final de la historia. Después de que Jesús y Pedro regresaron a la barca sucedió otro milagro: la tormenta cesó. Es fácil espiritualizar este incidente y señalar que siempre que Jesús está con nosotros, las tormentas de la vida cesan y la paz llena nuestro corazón. Eso es cierto, pero esta era una tormenta verdadera, no una tormenta figurada o espiritual, y los vientos se detuvieron en ese instante.
Mateo se esfuerza por decirnos lo que sucedió después de la tormenta. Durante la tormenta, Pedro ejerció la fe. Creyó y lo probó. Los demás observaron y escucharon, pero no hubo respuesta de su parte.
Creo que todavía estaban tan espantados que ni siquiera se movieron. Escucharon la voz de Jesús diciéndoles que no temieran, pero aun así no hicieron nada. Nadie se movió ni habló una sola palabra.
El versículo 33 dice que después de la tormenta, los otros discípulos se arrodillaron y adoraron a Jesús. ¡Yo ciertamente esperaría que eso sucediera!
Miren los milagros de los que fueron testigos. Vino la tormenta, los vientos soplaban y Jesús vino a ellos, caminando sobre el agua. Trató de calmar sus temores por medio de decirles: “No teman”, pero no estaban listos para escucharlo. Solamente después de que Pedro exhibió su fe y Jesús calmó la tormenta fue que pudieron decir: “¡Verdaderamente eres Hijo de Dios!”. Me agrada que finalmente pudieran decir esas palabras. Muestra que el mensaje les llegó. ¿Pero por qué se tardó tanto? ¿Cuántas pruebas necesitaban antes de estar listos para adorar?
¿Cuántas pruebas necesita usted del amor de Jesús y su presencia en su vida?
Oremos
Señor Jesús, algunas veces soy como los discípulos que requieren todo tipo de pruebas antes de creer en ti. ¿Cuántos milagros necesito ver antes de poder llamarte Hijo de Dios? Ayúdame a ser más como Pedro, para estar listo y dispuesto para caminar contigo en todas y cada una de las tormentas de la vida. Gracias por amarme y alentarme a seguirte en fe. Amén.

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